El dedito acusador

Hacía un tiempo que no nos frecuentábamos más y habíamos decidido espaciar las conversaciones. Diría que fue una decisión unilateral. Son el peor tipo de decisiones, no tanto para quien la toma sino para quien la recibe. Automáticamente tu cuerpo vibra en la frecuencia de la insistencia. No hay una sola célula que no esté convencida de que es un error y que el otro, tarde o temprano, se dará cuenta a fuerza de la insistencia.

Pero hablaba de mí porque él no insistió más.  

Se corrió de la escena. Me pareció noble y maduro de su parte y me resultó imposible no comparar todos los shows que he hecho a lo largo de mi vida, tanto para volver como para cortar. Mis maneras no conocen de serenidad. Tanto la alegría como la tristeza las acompaño con lágrimas suicidas que parecerían saltar de mis lagrimales, mi nariz intenta robar protagonismo congestionándose y tornando mi tono algo gangoso mientras que mi saliva se vuelve tan espesa que es difícil tragar.

Gesticulo como se estuviera en una película muda, sin dejar dudas a los transeúntes curiosos que acá algo está pasando. Me agarro de la cabeza, invoco al cielo con las manos, señalo formando diagonales con mis brazos, pero lo peor de todo es cuando levanto el dedo. El índice adopta una autonomía que es difícil de apaciguar, sin que yo le diga nada está diciéndolo todo por sí mismo. Bautizado como el acusador hace honor a su nombre. Ese dedo señala cuando me quedo sin argumentos, pero también cuando éstos abundan. Se erecta para decir que no a la distancia en un rapto de movimientos frenéticos, pero también es el que toca la comisura de mis labios buscando respuestas en medio de tantas dudas. Me cuida tanto el índice que jamás osaría hurguetear en mi nariz en medio de una discusión, porque sabe que eso anularía por completo mi autoridad.

Pero como les adelanté, él no insistió más y mi índice no tuvo excusa para intervenir.

Pasó un tiempo hasta que cayó un mensaje. Parecía inofensivo cual charla de ascensor sobre el calorón que hizo o sobre el viento que sopló. Que cómo estoy, que cómo estás vos, que qué es de tu vida, qué es de la tuya. Entre un rápido ida y vuelta de mensajes me dejó entrever ese grado de insistencia del que les hablé al comienzo. Un grado de insistencia con muy pocos signos vitales, pero ahí estaba y se hizo ver. Y yo, que tengo tanta serie de médicos encima ¿qué pude haber hecho?

Tomé el desfibrilador, grité DESPEJENNNN y un viernes a las 2am mandé el mensaje que podía reavivar o terminar de apagar cualquier llama que aún existiera. ‘¿En qué andás?’, sólo eso mandé.

Enviado hace 1 minuto.

Enviado hace 5 minutos.

Enviado hace 40 minutos.

Soldado que huye sirve para otra guerra, aunque éste estuviera durmiendo. 

Recién dos días después pudimos concretar el encuentro, y dado que ambos nos vestimos de tímidos a la luz del día, decidimos encontrarnos en una plaza para tomar mate y ponernos al día. Como dos personas civilizadas en la cultura gauchesca del mate y el bizcocho de grasa.

Confundidos por el buen clima y el horario, la noche nos agarró desprevenidos. Entusiasmada por la fluida charla no pude distinguir en qué momento habíamos empezado a besarnos. No pude más que encerrarlo en un abrazo entre viejos conocidos. El beso continuó de manera pornográfica. Me alcanzó hasta casa y lo invité a subir, y los tres pisos nos permitieron bajar un poco nuestra intensidad. Se me dificultó embocarle a la cerradura, y mientras reunía todo mi esfuerzo por parecer relajada, él no me dio tiempo y se apoyó detrás de mí.

Fue una escena similar a la de ‘policías en acción’ porque tiramos la puerta abajo. Tuvo tal dominio de la situación como de mí. Me dio la vuelta y me siguió besando con el mismo ímpetu de antes. Me acarició como ya sabe que me gusta que me acaricie. Los besos fueron dulces, aunque también nos hayamos mordido los labios. Sus manos se concentraron en recorrer mi cuerpo. Ansiaba que intentara rozar mis pezones, y así lo hizo.

Los besos no frenaron nunca. Mientras nos desvestíamos y aún en plena desnudez. Eran besos con caricias que me erizaban la piel. Me tomó fuerte de mis caderas y siguió orquestando todo lo que estaba sucediendo entre las sábanas.

Y en medio de eso que parece un juego, donde no hay derecho ni hay revés, él estaba a punto de calmar mi deseo más carnal cuando confundió mi nombre con el de su ex.

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Dejé este espacio en blanco, porque seguramente necesiten tiempo para procesar cómo se sale de esta.

Por mi lado, no pude más que empujarlo alejándolo de mí. Me quedé en silencio, y aunque al principio lo miré fijo, luego cerré los ojos y decidí concentrarme en no llorar. Puse mueca de llanto y todo.

Les doy algo más de tiempo.

Me mantuve concentrada un rato.

Y un ratito más. Pero… es que en verdad ni por puta casualidad iba a llorar por esto. Las lágrimas siquiera se habían asomado para calcular la distancia de la caída hasta la almohada. Nada, lagrimales súper secos. Pero casi que por orgullo no podía continuar como si eso no me hubiera afectado. Me vestí con lo mínimo indispensable para no regalarle siquiera la vista de mi culo caminando hacia el baño.

No tuve la escena frente al espejo en la que me hablo a mí misma. No. Simplemente hice pis y constaté que mi apariencia aún fuera merecedora. Mi dedo índice intentó verse reflejado en el espejo, tenía unas terribles ganas de pelear.

Salí del baño y dominé el ímpetu de mi índice, haciéndolo doblegarse sobre sí mismo, indicándole al acusado que tenía permitido acercarse y para cuando lo hizo, el dedo acusador se ubicó sobre la mitad de sus labios en una clara orden de que, de ahora en más, todo lo que ocurriría a continuación sería en completo silencio, al menos de palabras inteligibles.  

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